No, no se ha demostrado que el límite de la longevidad humana sea 115 años

Iba a quedarme callado sobre el tema del último fallo garrafal publicado en Nature. Después de todo, solo soy un estudiantes de grado, los autores están publicando en la revista científica de mayor prestigio del mundo, y en menos de 48 horas otra gente con mayor formación y desde luego más prestigio que yo había desmontando sus errores. Pero me sugirieron hacer esta entrada, ninguno de los textos desmontando el artículo está en español, y sin embargo los titulares hablando de un límite a la longevidad humana estaban en inglés, español, y por el bombo que se le ha dado no descarto que también en swahili o esperanto. Para empeorar las cosas, algunas eran de divulgadores por los que tengo bastante respeto, como Ed Yong (Atlantic), Carl Zimmer (New York Times) o Javier Jiménez (Xataka). Además, llevo un tiempo de sequía creativa escribiendo (o más bien, escribo y nada de lo que pongo junto me convence) y quería probar si podía romperla con esto. Así que allé voy.

 

La declaración original 

 

Dong, Millholland y Vijg (2016)  (sci-hub) es un documento corto, de apenas dos páginas de texto, rellenando el resto de las 9 del pdf con referencias y varias gráficas. La prensa ha pervertido y exprimido hasta eso: uno de los motivos de mi falta de interés original era ver algunos titulares (y hasta cuerpo del artículo) hablando de los 115 como un límite insuperable. Esto con el debido respeto (o sea, poco) es un insulto a la inteligencia de todos los que conocen la existencia de Jeanne Louise Calment, que murió con 122 años, y otras personas que superaron esa cifra, si bien no por tanto. El argumento que hacen los autores, al menos en el texto que ha de pasar revisión por pares en Nature, es algo más sutil y requiere hacer la distinción entre la esperanza de vida media y máxima. En estudios en animales no humanos hemos manipulado ambas, llegando a multiplicar fácilmente la esperanza de vida del gusano Caenorhabditis elegans con varias intervenciones, incluyendo borrar un solo gen. Con ratones hablamos de ganancias más modestas, pero tanto la famosa restricción calórica como otras intervenciones genéticas y biomédicas logran aumentar la esperanza de vida media y máxima, dependiendo del método, un 20-60%.  En primates las ganancias son menores, y en general parece que a más complejo el animal, más pequeñas todavía en términos relativos, pero siguen siendo notables. Ambas esperanzas llevan más de un siglo subiendo en humanos. Los argumentos de este artículo no tocan el tema de la esperanza de vida media, aceptando que aún queda mucho por hacer para aumentarla, si no que ofrecen un análisis que según ellos sugiere que la máxima ha dejado de crecer, que nuestras mejoras en salud pública en este ámbito se han estacando. Esta clase de argumento no es nuevo. Olshansky dijo en su día que la esperanza de vida media máxima sería 85. Las mujeres japonesas actuales superan esa cifra, con un valor actual de 87. Hace un siglo se creía que la esperanza de vida máxima era 105. La muestra de este estudio, centrada en supercentenarios (personas que han superado los 110 años) ya falsa el pesimismo del siglo pasado. ¿Esta la afirmación actual mejor fundamentada? No, por varios motivos.

115 años es la edad máxima media que esperan que viva la gente a partir de ahora. Es decir, que si tuviesen razón, calcular la edad media a la que muere la persona más vieja del mundo cada año durante las próximas décadas nos dará 115. Citando al último autor, «harían falta diez mil mundos como el nuestro para tener una persona que llegue a vivir 125 años«. Esto muestra que se trata de un argumento estadístico y probabilístico, mucho más sutil que lo que algunos hacían entender. Y aún así la frase es impactante: implica que para superar el récord actual por 3 años más necesitaríamos 700 billones (7^*10^14) de personas. ¿En que se basan para decir eso?

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Es aquí donde viene la decepción. Los autores dividen por motivos claramente ad hoc la distribución de supercentenarios en dos a partir de mediados de los 90. La tendencia deja de ser positiva, como en la distribución a la izquierda, y pasa a ser negativa. Claramente, esto último se debe a que el corte se hace justo antes de los outliers récord en torno a estas fechas. ¿Pero hay motivos para hablar de dos distribuciones, una antes de este estancamiento y otra después?

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Poniendo todo de un mismo color (y con datos posteriores a  2006, que los autores oportunamente no incluyeron) no culparía a nadie que viese una línea recta desde 1950 a después de 2010, con algunas suertudas a mitad de los 90. Un reanálisis de los datos apoya esta interpretación «a ojímetro»: sin hacer esta división innecesaria, navaja de Ockham y tal, el modelo nos da que seguimos ganando esperanza de vida máxima mundial, pero a un ritmo glacial: a 0.04 años extra por año.

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El análisis de Daniel Wells puede leerse en detalle aquí. Expone varios argumentos más. Por ejemplo, al hablarse de un grupo de personas excepcionalmente longevas, algunos años tienen una sola cifra de una sola persona, que añadir a los datos a analizar, lo cual resulta en muchísima inseguridad a cualquier interpretación. Además, si su argumento de un estancamiento en la esperanza de vida máxima fuese cierto, uno esperaría ver el efecto, aunque atenuado, también en la segunda persona más longeva que muriera para X año, y la tercera, cuarta, quinta etc. Esto no es lo que observamos:

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Todo el resto de gráficas parecen mostrar una línea recta en aumento. Extrapolando como hacen los autores, hemos llegado al tope de la medalla de oro en longevidad, pero no en la de plata, bronce o… COBALTO. LO QUE SEA QUE SE LLEVE EL SEXTO PUESTO. Lo que quiero decir es que seguir la interpretación nos llevaría a la conclusión absurda de que pronto tendremos la segunda y tercera persona más longeva en morir cada año viviendo más que la primera. Esta es la clase de disparate que surge al hacer extrapolaciones precipitadas a partir de poquísimos sujetos, en esta muestra enana por necesidad… pero una es publicada en Nature y recibe publicidad a raudales y la otra se queda en reducción al absurdo en el blog de un estadístico.

Sé que esto puede resultar confuso, así que pondré un ejemplo que ilustra mejor el absurdo de este asunto.

¿Y si hablásemos de otro fenotipo?

 

Veamos de nuevo la gráfica de la discordia.

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Por un momento, olvidemos de lo que pone en el eje de las Y. En su lugar, imaginaremos que pone «altura máxima de los jugadores de la NBA», y va desde los 7 pies (2,13 m) a los 7 pies y 7 pulgadas (2,31 m). Imaginemos ahora que alguien intentase publicar en Nature que la altura máxima de la humanidad ha llegado a su límite, y que este límite es 7 pies y 2 pulgadas (2,18 m).

Pronto se nos ocurrirían varias protestas. La primera, como tal vez ya haya pensado algún friki del baloncesto, es que hemos tenido jugadores que superan esa altura. Yao Ming medía 2,29 m. Aunque Ming como jugador ya se ha jubilado, Hasheem Thabeet sigue en activo y mide 2,21 m.

En este momento los autores se revuelven y objetan. Podrían argumentar que Yao Ming es un outlier (y tendrían razón1) y que Thabet fue reclutado específicamente por cazatalentos buscando personas super-altas en Tanzania. Ellos simplemente dicen que su declaración puede aguantar estas pequeñas contradicciones, porque se refieren a que el crecimiento en altura máxima media ha parado. En este momento nos podríamos preguntar por qué. No necesariamente saltaríamos a las conclusiones que ha hecho la prensa varias veces, a saber:

  1. Basada en una muestra hiperseleccionada como la NBA tenemos alto grado de incertidumbre en cualquier declaración.
  2. Que este es un límite natural, fijo e insuperable.  Tal vez la población de los 80 era genéticamente distinta a la actual. Tal vez la polución, las hormonas que le echan al pollo o cualquier estímulo ambiental que sea ha disminuido la media de la población estadounidense en estas últimas tres décadas un poco, haciendo que los récords de altura en el extremo se desplomen.
  3. Sería muy estúpido titular que la humanidad nunca superará los 2,18 m, siendo famoso el caso de Yao Ming superando esta medida.
  4. Tampoco daríamos demasiada credibilidad a afirmaciones rotundas de que necesitaríamos 10,000 mundos como el nuestro para encontrar una persona de 2,31 m.
  5. Desde luego, no se nos ocurriría que este límite es insuperable con mejor biomedicina y biotecnología. Probablemente inducir tumores pituitarios para conseguir personas con una sobredosis de hormona del crecimiento sería una intervención demasiado bruta, de acuerdo. Pero desde luego no parece fuera del elenco de posibilidades que intervenciones bioquímicas más precisas y mejor diseñadas y tal vez algo de ingeniería genética/células madre/polvo de hadas pudiese hacer que nos plantásemos con gente de la altura de Yao Ming o incluso más como algo habitual en la nueva NBA. ¡Con ambición,y una obstinación tal vez surrealista para un fenotipo como la altura tal vez podría ser esa la nueva media en estado perfecto de salud! Nos sonaría fuera del alcance de lo que podemos alcanzar ahora, pero desde luego no imposible.
  6. Los autores que intentasen publicar este artículo sobre el límite a la altura máxima con unos fallos tan obvios y un análisis estadístico tan endeble serían rechazados en la publicación científica más prestigiosa del mundo. Probablemente a algún revisor, y no un bloguero random, se le ocurriría mirar si el segundo-tercero-cuarto-etc. jugador más alto de la historia de la NBA sigue esa tendencia a no superar un tope máximo, vería que no, señalaría el absurdo de esperar que en 2030 el tercer jugador más alto de la NBA sea más alto que el primero, e intentaría evitar que esto recibiese espacio en Nature y atención mediática global.

Pues bien, acabo de describir lo que NO ha ocurrido con este artículo. La pequeñísima muestra no ha frenado la publicación de alto prestigio, ni los titulares, ni las afirmaciones lapidarias absurdas tomadas en serio. La gente ha tomado a la humanidad, su genética y su ambiente, en lo que a la esperanza de vida máxima media respecta, como una cosa equivalente durante décadas y décadas, en vez de preguntarse si alguna de las tres había podido variar en estos años. Se ha tomado como un argumento en contra de que el anti-aging supere esa barrera algún día. Los errores estadísticos del análisis incluso para esta pequeña muestra, pasaron por alto hasta después de la publicación. En suma, se han dado varios errores difícilmente perdonables y claramente absurdos en algo cotidiano, poco cargado emocional o políticamente como la altura. Pero tal vez más sutiles, capaces de pasar desapercibidos… o voluntariamente ignorados, cuando se habla de la longevidad.

Conclusión

No me molesto en escribir sobre cada pufazo que se cuela en Nature. Lo he hecho sobre este tema porque considero que el debate sobre el cada vez mayor envejecimiento de la población y si podemos o debemos hacer algo sobre este es uno a tomarse en serio, por ser cada vez un problema más acuciante y estar tan bien cada vez más cerca la posibilidad de intervenir contra este. No es un capricho extraño como el de conseguir nuevos récords de altura en la NBA, o una nueva población con la media de altura en la NBA, sino una crisis muy real, con sufrimiento asociado muy real, cada vez más apremiante.

Aunque mi posición comparada con la mayoría pueda verse como la de un estremikstalokoradical, estoy dispuesto a defenderla calmadamente con gente preocupada por posibles consecuencias negativas de alargar la juventud humana. Un ejemplo de preocupación comprensible es la sobrepoblación, sin embargo pararse a hacer las cuentas muestra que incluso bajo presunciones en extremo optimistas sobre lo que podríamos tener mañana, la población no estalla tan rápido ni tanto como algunos esperarían, y desde luego es razonable proponer algunas medidas anti-natalistas si realmente se logra parar o revertir el envejecimiento, como no permitir descendencia a los que escojan someterse a esos tratamientos. Si me sacasen el tema de los costes, también les señalaría que el status quo de una población cada vez más afectada por el envejecimiento viene con costes enormes en sufrimiento humano y económicos, y que no basta con citar costes sino que habría que hacer una estimación basada en números reales.

Puedo atender a cualquier preocupación adicional, como la desigualdad que causaría un precio inaccesible para el resto de la población (¡o la desigualdad que causaría una prohibición que solo pueden solventar los más ricos!). Lo que me resulta más difícil de asimilar es que se venga, con una metodología tan pobre, a contaminar el debate con supuestos límites fijos y naturales, la típica excusa reaccionaria que por algún motivo resulta tan pegadiza a los oídos del público. Coincido con los chavales del Nuffield Council on Bioethics en su largo ensayo sobre el uso popular, divulgativo y científico del término «natural»: se trata de una palabra con tantas implicaciones y definiciones más o menos explícitas en tantos contextos distintos, y tan dada a confundir lo descriptivo con lo normativo, que estaríamos mejor evitando totalmente su uso en cualquier discusión tanto de ética como de ciencia.

Finalmente, una lectura que puedo recomendar a cualquier lector interesado en los avances más recientes en este campo, sin intención de ser exhaustiva pero sí muy didáctica, es Morir Joven A Los 140. A pesar del título «clickbaitero» una de las autoras es María Blasco, una investigadora muy puntera y directora de nuestro CNIO, y consigue dejar claro el estado del debate científico en este tema. Da el enfoque que considero adecuado en muchos aspectos. Por ejemplo, referirse al alargamiento de la juventud para evitar confusiones típicas derivadas de hablar simplemente de vivir más. Muchos oyen eso y piensan en pasar 80 años viviendo decrépito). Está bien referenciado para cualquiera que quiera expandir su conocimiento del tema.

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1 De hecho, parece ser un outlier de un programa de cría maoísta específicamente cruzando personas altas para conseguir superjugadores de baloncesto. O algo. No gastaré demasiado tiempo en verificar si la historia de esta fuente es real, ni en escandalizarme si resulta serla. No culpo al camarada Mao, seguramente yo con el control del país más poblado del planeta haría experimentos eugénesicos bastante peores.

 

 

3 comentarios en “No, no se ha demostrado que el límite de la longevidad humana sea 115 años

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