¿Está usted moralmente modificado? El posible dopaje no intencionado de nuestra ética

Aviso de contenido para esta entrada:

 

-El autor no es médico y aconseja seguir con cualquier medicación prescrita por un doctor de verdad a pesar de lo mencionado aquí, o si los efectos resultan muy inquietantes para el lector, seguir tomándola hasta poder cambiarla por otra para tratar la condición que corresponda.

-Mención a trastornos psiquiátricos y distinciones de psiquiatría/neurología simplificadas frente a lo que al autor cree por falta de espacio. 

-Además, la mayoría de información está traducida de fuentes estadounidenses, especialmente («Are you morally modified?» Levy et. al 2015). Es posible que cuando se mencione, por ejemplo, que un fármaco está en desuso, esto se aplique en EEUU y no en España o Europa en general.

 

Es frecuente oír quejas sobre los efectos secundarios de los medicamentos más comunes. Jaquecas tal vez más molestas que el problema que iban a solucionar, las complicaciones digestivas de aspirina y similares, la somnolencia de que sufren los alérgicos al tomar antihistamínicos… si no has sufrido uno de estos en sus propias carnes, seguramente si recuerdes alguien que te lo haya comentado. Es un fenómeno común.

Algo con lo que quizás no estés tan familiarizado es el debate de usar los fármacos o drogas para mejorar las capacidades humanas. Es un tema polémico entre filósofos y otros académicos, y hoy día salvo unas pocas excepciones por lo general socialmente aceptadas como el café, el doping está mal visto y es perseguido en muchos países. Un campo de discusión del que la mayoría de la población no parece haber oído hablar, sin embargo, es la mejora moral, o la idea de pastillas que hagan que la gente se comporte de forma más ética: que reduzcan el crimen, que te hagan más prosocial y colaborador, que te hagan donar más a la caridad o ayudar al prójimo, etc. Escoge la que se te ocurra; seguro que hay algo en lo que crees que la especie o la gente de tu país podría comportarse un poco mejor. El tema es, claro, altamente polémico, particularmente cuando alguien se cree con la autoridad de definir cuál es el comportamiento ético que deberíamos facilitar farmacológicamente.

No fue hasta hace más bien poco que a algunos científicos y filósofos se plantearon juntar ambos debates y preguntarse “¿Y si lo que estamos discutiendo ya está pasando? ¿No será posible que los fármacos, psiquiátricos o no, cuyo uso sabemos que está muy extendido tengan efectos en la psicología emocional y moral de la gente? ¿Y si ya vivimos en el mundo que estamos discutiendo si debería ocurrir?”

Lo que sigue es la demostración de que, efectivamente, ya vivimos en ese mundo, y los efectos morales de los medicamentos más comunes son un tema que podría ser muy serio y mucho menos explorado que otros tipos de efectos secundarios.

Antes de empaparnos con los estudios empíricos de los que disponemos, hay que dejar claro que la definición en sí de «ética» o «moralidad» da para tomos enteros. Para simplificar, entenderemos como tal las distintas creencias sobre como deben comportarse los seres humanos, y por tanto, los actos inmorales como los que rompen normas éticas. No nos importa (más bien depende del contexto) si estas son desde el punto de la vista de la sociedad, el individuo afectado o el lector. O si se hacen siguiendo paradigmas filosóficos conscientemente o no, o si estas creencias vienen de racionalidad, emociones o cualquier mezcla de las dos.

 

Trasfondo: Lo que ya aceptamos

 

En parte, la conclusión era obvia, una vez dejamos de lado nuestros lamentables prejuicios dualistas y aceptamos que nuestro sentido de la ética es también neuronas comunicándose a través de la química. Los fármacos que actúan sobre el cerebro actúan con menos precisión de la que nos gustaría, tan concentrado como está todo lo que eres en esa pelota de grasa que escondes en el cráneo. Si un medicamento para la alergia puede hacer que te entre sueño, ¿por qué no iban otros fármacos a afectar a tus intuiciones morales, a las emociones que te influyen cada vez que decides lo que está bien y lo que está mal, lo que debe hacerse y lo que no? ¡Incluso dejamos que pase!

Piensa en los medicamentos que se prescribe para el TDAH. La atomodexina y el metilfedinato, según la FDA, suman más de 15 millones de prescripciones anuales. La impulsividad es uno de los factores que alteran el riesgo del comportamiento agresivo, y en un sin duda polémico pero a mi juicio bastante sólido estudio, se demostró que los pacientes con TDAH cometen menos crímenes una vez medicados (Lichtenstein et al. 2015) No es necesario limitarse a los medicamentos psiquiátricos para encontrar este tipo de efectos, pero que nuestra intención sea que actúen sobre el cerebro ayuda. El Parkinson, que puede simplificarse como un déficit grave en la producción de dopamina, es tratado con agonistas de este neurotransmisor como el Pramipexol. Debido a que la dopamina es también el neurotransmisor de la motivación, el extremo patológico de este rasgo es un lamentable efecto secundario documentado en pacientes de Párkinson: bajo los efectos de estos medicamentos pueden verse arrastrados al mundo de las apuestas, la hipersexualidad, o en raras ocasiones, a las parafilias extremas(Bostwick et al. 2009; Wolters et al. 2008) .Un hombre que tomaba Parmipexol fue absuelto en un caso de posesión de pornografía infantil debido a que el jurado decidió que este comportamiento no tenía precedentes en el acusado, y por tanto lo consideraban causado exclusivamente por el fármaco (Fuente) . Recuerda esto, pues será relevante más adelante.

Sin embargo, esto son casos intencionados, o en el caso de los no intencionados, bien documentados y de fácil explicación. A continuación viene una lista de otros fármacos comunes, consumidos por millones de personas, cuyos efectos secundarios morales tal vez te pillen por sorpresa.

 

Beta-bloqueadores. El caso del propanolol

Los beta-bloqueadores son una familia entera de fármacos prescritos para problemas muy dispares. Me centraré en el propanolol porque es aquel que se ha usado en los estudios específicos que cito, pero es posible que otros medicamentos de esta familia tengan efectos similares. Solía prescribirse para la hipertensión, y aunque está en desuso, sigue usándose para esta condición y otras como anginas o migrañas, y sin prescripción no es infrecuente que los músicos lo usen para prevenir los nervios que pueda generar el escenario. En una encuesta anónima de los científicos de la famosa revista Nature, nada menos que un 15% confesó tomar beta-bloqueadores varios, mayormente para superar pequeños baches por el estilo como el miedo escénico dando una conferencia. Si esto es ético o recomendable se sale de los propósitos de esta entrada.

Lo que nos ocupa son otros de sus efectos. Primero, sobre la memoria, que llevaron a que se plantearse usarlo contra el trastorno del estrés post-traumático o TEPT. Bajo un marco teórico en el que este trastorno psiquiátrico se produce por recuerdos dolorosos consolidados en exceso, se propuso que los beta-bloqueadores podrían intervenir en este proceso bloqueando la fijación de los recuerdos mediada por la adrenalina(Pitman and Delahanty 2005). Esto trataría o incluso prevendría el círculo vicioso en el que los recuerdos traumáticos se disparan incluso ante estímulos poco relacionados, causando una fuerte respuesta emocional que por su parte contribuye a reforzar aún más el recuerdo.

El problema que se planteó después de estos prometedores resultados era el siguiente: ¿Por qué iba a ser el fármaco selectivo solo ante los recuerdos que consideramos traumáticos e incapacitantes? ¿No podría su uso afectar a la consolidación de todos los recuerdos por igual, o al menos a muchos más? Y efectivamente, esto parece ser lo que ocurre. Una peor memoria como efecto secundario para los que tomen estos medicamentos para la hipertensión, por ejemplo, parece preocupante de por sí, pero nosotros iremos más lejos.

No solo se veía afectada los recuerdos a largo plazo, si no también la memoria inmediata. En un ejercicio que consistía en decir si una palabra en una lista había aparecido en listas mostradas anteriormente, Corwin y sus colegas encontraron que aquellos que habían tomado propanozol tenían lo que se denomina sesgo conservador: los únicos fallos que cometían más que  los que no tomado la pastilla era decir erróneamente que una palabra que sí había estado en listas anteriores no estaba en la lista actual. Si este sesgo se extiende fuera del laboratorio, podría tener implicaciones malas o buenas según el contexto. Por dar un ejemplo podría hacer que un testigo de un crimen sea más reacio a identificar a la persona que tiene delante como el autor del delito. Eso podría considerarse positivo (¡el 90% de los absueltos gracias a las pruebas de ADN fueron encerrados basándose solo en testimonios de testigos!) pero en otros casis s, relacionados o no con juicios y crímenes, podría no serlo. Se ha estudiado también sus posibles efectos en las respuestas emocionales detrás de prejuicios implícitos como los que supuestamente alimentan la discriminación y el racismo, pero la metodología de estos estudios, recientemente puesta en duda por una revisión, queda relegada a una nota a pie de página1. De blog. De entrada. Eso.

También, y en contra de lo que los investigadores esperaban, después de ciertas pruebas de que este fármaco inhibe los arranques emocionales que a veces pueden nublar o complementar nuestro juicio moral, (Terbeck et.al 2013) mostraron que tras tomar propanolol los sujetos de estudio eran menos utilitaristas en sus decisiones morales. Presentados con dilemas en los que tenían que matar a un inocente para salvar la vida de otros inocentes, por ejemplo, se negaban a hacerlo. ¿Es esto malo o bueno? Dependerá de ti, lo utilitarista que seas y lo que crees que harías en esos casos. En esta nota2 al final puedes leer un dilema moral al que se enfrentaron, además del clásico dilema del tranvía que se dirige a atropellar a cinco personas que visitaremos en la próxima sección.

 

La polifacética influencia de los famosos «antidepresivos»

 

Los ISRS o Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina son comúnmente denominados antidepresivos, aunque esto es, en parte, erróneo. Parecen ayudar contra los trastornos del estado de ánimo en general, sean depresión, ansiedad, pánico, etc. Su función más documentada es bloquear la recaptación de la serotonina(¡sorpresa!) en el terminal presináptico, incrementando por tanto la cantidad de este neurotransmisor en las sinapsis. Algunos también tienen efectos similares con la adrenalina y la noradernalina. El tema de su efectividad es algo que conozco polémico, así que antes de que nadie me salte a los comentarios, podemos discutir esto privadamente. Recomiendo esta referencia, esta y esta. Que si no nos eternizamos.

El caso es que aparte de cómo cumplan aquello para lo que son prescritos, tienen otros efectos en el comportamiento social de voluntarios sanos. Tras tomar un ISRS parece que somos más propensos a cooperar, más sociales o incluso… ¡más justos! (Tse y Bond, 2003) (en la nota 3  puedes leer sobre la obvia objeción de que el concepto de justicia difiere entre culturas) En uno de los juegos que los psicólogos se inventan para medir estas cosas, “El juego del dictador”, nuestro dictador decide cómo repartir las recompensas de forma más  justa. Tal vez recuerdes de una entrada anterior el uso de las dietas bajas en triptófano para comprobar cómo afecta al comportamiento un bajón repentino de serotonina. Si lo haces, puedes saltarte la siguiente cita, si no, te recomiendo leerla:

 

¿A qué se refiere la predisposición en el caso de los trastornos psiquiátricos? Un buen ejemplo para entender esto(con cierta abstracción, pues es un experimento que causó condiciones poco realistas) es “Relapse of depression after a rapid depletion of tryptophan” ,donde una serie de pacientes que había pasado por una depresión mayor y otros que no habían pasado por esa experiencia siguieron una estricta dieta para eliminar el triptófano de su ingesta. El triptófano es un aminoácido no esencial precursor, entre otras cosas, del neurotransmisor serotonina, que varios experimentos enlazan a la depresión. Sin embargo, resultó que el déficit de serotonina inducido por la dieta modificada solo causaba recaída en los síntomas en los ex-pacientes de depresión y no en el grupo control. Pareciera, por este experimento, que la serotonina no es toda la historia, sino que hay una “vulnerabilidad” previa en el cerebro de algunas personas que hace que un bajón de este neurotransmisor tenga fuertes efectos en el estado de ánimo.

 

Pues bien, parece que sujetos sanos pero con sus reservas de serotonina agotadas cooperan menos en el famoso dilema del prisionero. El experimento (Wood et al. 2006) en que se descubrió esto parecía sugerir que solo era necesaria para iniciar la cooperación y no para mantener el comportamiento cooperativo ya empezado. La sugerencia aquí es, claro está, que los ISRS podrían tener el efecto opuesto.

Otro juego inventando por los psicólogos para escarbar en nuestras intuiciones morales es el Ultimátum. En principio es simple: Una suma, digamos 100€, ha de ser dividida entre dos personas. El truco está en que solo una propone cómo repartirla, y la segunda ha de aceptar la oferta o rechazarla. Si hace esto último, ninguno de los dos se lleva nada.

Una estimación robótica del comportamiento humano podría esperar que éste aceptase cualquier oferta, incluso 99-1, pues es mejor tener un euro que no tenerlo. Por contra, tenemos la costumbre de no aceptar ofertas tan obvia y extremadamente injustas, llegando a rechazar nuestro euro con tal de que el otro bribón no se lleve los otros noventa y nueve. Pues bien, aquellos desprovistos de triptófano rechazaban aún más las ofertas injustas(Crooket et. al 2008), sugiriendo que los ISRS podrían tener el efecto contrario, volviéndote más fácil de explotar modificando los límites de aquello que encontramos justo o injusto.

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Aún hay más. Es posible que te suene el dilema del tranvía. En este, has de elegir si intervienes para que este arrolle y mate a una sola persona en vez de cinco. Existen dos formas en las que suele presentarse el dilema: en el primero, tu intervención consistiría simplemente en accionar una palanca de forma que esta cambie de sentido. En la segunda, has de realizar una acción más directa, y para muchos, más cruel: empujar a un hombre lo bastante gordo como para detener el tranvía, pero pereciendo en el acto.

 

TROLLEY

 

Personas con tendencias psicopáticas pueden decidir sacrificar a una persona para salvar a cinco o no, pero existe una diferencia entre ellas y el resto: cuando la acción es más directa y tiene mayor carga emocional, como en el segundo ejemplo, la personas normales dudan más tiempo antes de tomar la decisión y los psicópatas no. En el extremo contrario, aquellas personas que ya eran altamente empáticas antes de tomar el ISRS de este estudio(citalopram), eran mucho más reacias a dañar a alguien directamente (Crockett et. al 2010). Por tanto, aunque elegían pulsar la palanca como el grupo control, a la hora de decidir si empujar al hombre gordo hasta su muerte, solían decidir no hacerlo.

Queda claro que el efecto de tomar uno de los fármacos psiquiátricos más prescritos del planeta en nuestras intuiciones morales es polifacético, y el resultado final dependerá tanto del contexto como de lo que tú consideres moralmente correcto. Cooperar puede ser positivo en la mayoría de casos, pero no lo sería si hablamos de cooperar con las autoridades de la Alemania Nazi. Así mismo, no querer dañar a otros puede ser loable, pero deberíamos preguntarnos si es correcto que personas cuyo trabajo consiste en hacer juicios morales como los jueces, o castigar y usar la fuerza sobre otros si es necesario, como los policías, vean sesgados sus veredictos y acciones en esa dirección. También hay que destacar el caso de profesiones en las que el consumo de ISRS es más común que la media: en EEUU cerca del ¡35%! de los médicos sufre depresión (comparado con el 7% de la población general). ¿Cómo les influye en esta profesión? Dependiendo de tus opiniones en la eutanasia, que hipotéticamente los fármacos contra la depresión les hagan menos propensos a realizarla podría ser bueno o malo, pero es posible influencia también en casos menos extremos.

 

Oxitocina

 

Tal vez conozcas a la oxitocina. ¡La hormona del amor! ¡De los abrazos! La puñetera molécula tiene un asesor publicitario que ya me gustaría a mí: no es tan simple. Gran parte de la publicidad tanto positiva como negativa cuenta con un sesgo importante: está basada en la literatura que daba sprays nasales a individuos y observaba si su comportamiento cambiaba después. Existe un pequeño problemita con este método: hace poco, en todo un escándalo científico, se destapó que era frecuente ocultar cuando daba resultados nulos, y solo se publicaba la investigación cuando realmente ocurría algo. Todos estos estudios, por tanto, si bien no falsados, son una ventana sesgada a la realidad experimental que intentaré evitar referenciar aquí.250px-OxitocinaCPK3D

 

Igualmente, está más que comprobada la influencia de esta molécula en comportamientos como el instinto maternal, el enamoramiento, la confianza o la lealtad. ¿Cuál es el problema con esto último? Bueno, es que demasiada lealtad puede ser algo malo: una lealtad inquebrantable incluso tras ser traicionado puede ser perjudicial. (Baugmartner et al 2008) documentó esto mismo: niveles altos de oxitocina inhibían la atenuación de la confianza en alguien después de comportamiento desleal o dañino. ¿Qué consecuencias podría tener esto? En principio una sociedad en las que todos confían más en los demás puede parecer algo bueno, pero, ¿qué pasa si algunos se aprovechan de esta credulidad? ¿Tendrían más fáciles los tramposos, parásitos y aprovechados escapar de sus fechorías? ¿Serían estos comportamientos multiplicados si no reaccionamos adecuadamente? ¿Reaccionamos adecuadamente a ellos hoy día?

itLos fármacos que parecen subir los niveles de oxitocina incluyen los gluticorticoides para tratar el asma y otros problemas inflamatorios. Si esto se extiende a los efectos antes citados, ¿volverían los fármacos que permiten respirar bien a nuestro asmático más vulnerable a explotación y relaciones tóxicas? También lo incrementan los anticonceptivos orales. ¿Podría resultar más díficil para una mujer escapar, por ejemplo, de una relación abusiva, si está bajo los efectos de “la píldora”? Sé que no es típico hablar de esta forma tan “reduccionista” o “biologicista” de este problema, centrándose la mayoría de análisis sobre la violencia de género en el entorno social. Sin embargo, más de cien millones de mujeres alrededor del mundo toman anticonceptivos orales. Si los efectos secundarios de estos vuelven aún más duro psicológicamente de lo que ya es escapar de una situación de maltrato, es algo en lo que estamos fallando, aquí y ahora, a todas aquellas que los tomen y se encuentren en esa situación.

Por último, el lado más siniestro de la oxitocina es que sus efectos prosociales parecen limitados al “endogrupo”, o aquellos que consideramos iguales a nosotros. Tal vez para contrarrestar el cursi apodo de “el neurotransmisor de los abrazos”, algunos han aprovechado esto para apodarla “el neurotransmisor del etnocentrismo”(Tendencia comenzada, al parecer, por  De Dreu et al. 2010). Sea o no apropiado este apodo, tiene una válida base empírica(De Dreu 2011), aunque de nuevo hay que tener cuidado evitando los estudios de spray nasal. En una sociedad que parece estar evolucionando a considerar el favoritismo, racismo y nepotismo como males sociales, debería preocuparnos que fármacos comunes puedan favorecer este sesgo insconciente a favor de «aquellos que son como yo» y contra «los otros».

 

Empatía

 

¿Te consideras capaz de, en sentido figurado, “meterte en la piel” de los demás? ¿Te causan los típicos vídeos de caídas cómicas de youtube más frecuentemente muecas de dolor que risas? ¿O por lo contrario te crees insensible al dolor ajeno?empatia2

Hasta qué punto el dolor empático es realmente “dolor” sigue siendo discutido en psicología y neurociencia (Zaki et. al 2016). Mi cínico pronóstico es que realmente existen por ahí neurocientíficos y psicólogos más y menos empáticos intentando que el laboratorio demuestre como universal humano lo que ellos sienten, pero en todo caso, un experimento en este debate nos interesa aquí.

Incluso si no te ha sonado un solo fármaco de los mencionados hasta ahora, es posible que te suene el paracetamol. Junto a aspirinas e ibuprofeno es una de las pastillas que casi todo el mundo tiene en el botiquín de su casa, al considerarse lo bastante inofensivo como para que sea común automedicarse con ellos con el fin de aliviar la mayoría de los dolores menores y pasajeros que te puedan interrumpir tu vida diaria. Pero es posible que sus efectos vayan más allá.

El único estudio de esta sección se trata experimento preliminar, pero a mi juicio bien diseñado: Mischkowski et al. 2016. Su intención original era comprobar si era posible usar fármacos para “mapear” funcionalmente el cerebro, es decir, comprobar experimentalmente si consumir paracetamol no sólo amortigua el dolor propio sino que también disminuye la empatía por el ajeno. Si en su mecanismo de acción es incapaz de separar ambos efectos, tal vez están más unidos neurológicamente de lo que los escépticos creen. Y efectivamente eso fue lo que encontraron: un efecto pequeño, pendiente de confirmar con estudios de neuroimagen en vez de con escalas puntuadas por los sujetos de estudio, pero aún así una significativa menor sensibilidad al dolor ajeno, tanto físico (vídeos de golpes y pisar chinchetas) como aquel más emocional (ser informado de la muerte de un padre o el suspenso de un examen importante). El tema de un pequeño descenso de empatía pasajero no sonaría tan importante de no ser porque se estima que el 23% de americanos consume paracetamol al menos una vez a la semana. Ríase usted del GTA.

Queda mucho por estudiar aquí. ¿Un fármaco cuyo efecto secundario sea hacerte más sensible al dolor aumentará también tu empatía como efecto secundario adicional? (¿Efecto terciario?) ¿Qué ocurre con las personas que sufren de dolores más graves y crónicos? ¿Se encuentra la empatía con los demás más atrofiada por la medicación en ellos? No lo sabemos. Una vez más, tirando del hilo, los millones de fármacos consumidos al año por la población podrían acabar teniendo efectos enormes que de otro modo no ocurrirían.

 

Conclusión

 

Unas aclaraciones finales antes de pediros que contribuyáis en los comentarios.

Obviamente, todos estos efectos no causan un cambio radical en la sociedad, determinista, que te programa borrando tu personalidad y preferencias previas. En su lugar, parece más claro que todos estos efectos son pequeños y probabilísticos, pero podrían tener consecuencias importantes en la sociedad por la gran cantidad de gente que los toman, magnificar los rasgos psicológicos de aquellos ya predispuestos y hacer más frecuentes comportamientos de otra forma extremos. También podrían comprometer el trabajo de algunas personas de forma insospechada, potencialmente tan grave como el camionero que toma pastillas que le marean a conducir. Sobre todo si vivimos a ciegas de ellos, como casi hacemos.

También tengo que confesar un pequeño sensacionalismo, que sin embargo no considero que condene la entrada entera. Los métodos de estos estudios no son los mejores, y en caso de aquellos cuya debilidad se ha demostrado ya me molesto en notarlo, pero aún así, pongamos que la mitad de los casos citados son falsos. Estudios mal diseñados, efectos demasiado pequeños o dependientes del contexto, como quieras. Esto, si bien importante para no entrar en pánico por ejemplos concretos, es algo que estimo de sobra compensando por todos los efectos que quedan por descubrir: si apenas hemos vislumbrado una décima parte del problema, entonces tras sacarlo todo y descontar los falsos seguimos teniendo un dilema cinco veces más grave del aquí presentado. Aún así, en (Crockett 2014)  este neurocientífico intenta calmar las preocupaciones con este tema defendiendo que el cerebro se habitúa a dosis frecuentes de los fármacos que le afectan, y marcando distinciones entre una persona con un trastorno tomando un medicamento psiquiátrico y los voluntarios sanos que forman el grueso de las muestras para los estudios que he consultado. Ilustrativo para este último caso resulta la empatía normal de aquellos que nacen totalmente incapaces de sentir dolor (Danzinger et al 2008).

Pero creo que incluso con esas matizaciones, este tema da para muchas preguntas interesantes, a saber:

-¿Es ético ocultar información o mentir si creemos que el paciente no tomará fármacos que afecten a su moral? Al considerarse algo mucho más cercano a nuestra «identidad» que una diarrea pasajera, es posible que gente que necesita tratamientos no quiera tomarlos por sus efectos morales. ¿Debemos informar de estos como hacemos con todos los demás?

-¿Hasta que punto es responsable legalmente alguien de un acto inmoral que cometió bajo el consumo de las drogas? Solemos considerar al que conduce ebrio responsable, pero al principio de la entrada viste un ejemplo de posesión de pornografía infantil que resultó en absolución por considerarse efecto del fármaco y no una acción libre y propia del acusado. ¿Dónde está la línea? ¿Cuánto debe influir si el presunto criminal estaba informado de los posibles efectos o no? ¿Es peligroso crear precedentes como este?

-¿Existe algún comportamiento al que tienes tanta manía que drogarías a la población en general con tal de sesgar sus emociones en un sentido que lo haga más frecuente? Imagina que tienes la posibilidad de volver concentraciones de algunos de los fármacos antes citados algo tan ubicuo en el agua corriente como el flúor que echamos para los dientes. Obviando esos detalles que la puñetera realidad siempre mete en medio de los thought experiments como los efectos secundarios, ¿algo de lo citado o alguna idea dentro de lo plausible te haría decir, «sí, quiero modificar moralmente a toda la población en esta dirección»?

-¿Conoces otros casos de estudios en los que se intente discernir empíricamente los efectos de fármacos comunes en nuestras intuiciones morales?

Estoy interesado en vuestras opiniones sobre el tema en los comentarios. Personalmente, yo no reconozco diferencia entre tratar una patología o mejorar un fenotipo normal. No valoro nuestra “identidad” o estado natural, a veces incluso lo desprecio, pero esto no significa que sus modificaciones no puedan preocuparme si están poco estudiadas o controladas, o que no quiera oír la opinión de aquellos que opinan distinto. 

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2 comentarios en “¿Está usted moralmente modificado? El posible dopaje no intencionado de nuestra ética

  1. -No lo es en absoluto. Al fin y al cabo, la moral no es más que aquel timón (si se me permite la poesía barata, aunque sea yo poco amigo de esta) que nos guía, bien a la hora de realizar actos más banales, o en otros casos a posicionarnos respecto a determinadas posturas (políticas o sociales, si es que cabe distinción). Debe ser notificada la persona de esos posibles efectos, más que nada, para que formen un corpus de conciencia sobre la moral y la ética propia, y alejarnos del modelo del statu quo (la moral antropológica cristiana y burguesa). Evidentemente no provocará cambios en ningún caso (o en pocos casos) beneficiosos, pero está bien, más allá del llano amor por la ciencia, y veo necesario, notificar de que la moral no es ni una ni inamovible, y taparlo no será solo peligroso sino injusto y contraproducente.

    -El debate conciencia-acto es largo y da para rato. La solución más rápida es, a mi parecer, separar actos en los que se determine si el nivel de conciencia de la persona autora de los hechos fue el suficiente como para poder haberse detenido por sus propios medios, ajustándolo claramente a la gravedad del hecho. Aunque la conciencia o la falta de ella nunca está bien definida, estaría bien establecer una línea no en el conocimiento o el desconocimiento, puesto que el desconocimiento también es una irresponsabilidad que se traduce en responsabilidad, sino en la verdadera funcionalidad de la conciencia y del razocinio de una persona. Visto desde esta perspectiva, pienso que no está justificado actos como, por ejemplo, el citado con el consumidor de pornografía infantil.

    -Sinceramente, giraría a la población contra el -no uso- abuso de drogas, en especial de la parafernalia cultural que la relaciona con la festividad y la felicidad; y también haría a la sociedad más empática.

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  2. Que tengan secuelas más o menos ciertas o duraderas algunos medicamentos como efecto secundario no me parece un problema. Lo preocupante de esto es que haya gente -que la hay- empeñada en implantar sus ideas de ingeniería social a todo el mundo.
    En su campaña por la empatía universal y el igualitarismo forzado, algunos podrían tener la tentación de ir más allá de la educación, terreno en el que de momento detienen su abuso, y tratar de poner «bocadillos de empatía» en la merienda de los niños.
    Los individuos de la especie humana somos muy variados y precisamente esa variabilidad es la que nos permite adaptarnos tan bien a los diferentes ambientes. Aun suponiendo que exista el progreso moral y la tendencia a sociedades menos violentas (como sugieren Shermer y Pinker), no está nada claro que pasado mañana el entorno sea diferente y la especie sea más exitosa bajo criterios distintos. Yo adelanto que ni lo sé ni me importa pero confío más en el éxito de la variabilidad que en el del igualitarismo. En cuanto a la empatía, tan de moda hoy, ni siquiera la veo como un criterio absoluto de moralidad sino como una emoción bastante primaria que entre humanos conviene moderar y quizá, como algunos apuntan, esté mejor enfocada en el ámbito privado que fuera de él (http://confiesoqueheleido.blogspot.com.es/2014/02/la-ilusion-de-la-empatia-fernando-r.html)

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